Tenemos una compleja relación con la vergüenza. Por un lado nos carga sentirnos avergonzados e inhibidos; por otro rechazamos a alguien si se comporta como sinvergüenza. Algunas veces la sentimos por una situación específica (“ayer pasé una vergüenza terrible con mis suegros”); otras veces nos sentimos constantemente avergonzados por alguna cualidad física o psicológica que nos gustaría ocultar (“me da vergüenza mi nariz”, “me da vergüenza ser tan dependiente”). Todos la hemos sentido alguna vez, pero algunos la padecen constantemente, y viven ocultándose para evitar exponerse y pasar vergüenza. En cambio, otros parecen no tenerla, se muestran seguros y contentos con su imagen, pero nadie sabe que su frágil fachada oculta aspectos que ellos no quieren que nadie vea.
En este artículo la exploraremos y plantearemos qué hacer cuando nos vemos agobiados por ella.
La Fenomenología de la Vergüenza
¿Cómo es la experiencia de sentir vergüenza? Lo primero es diferenciarla de la culpa. En la culpa aparece un crítico interno o “Pepe Grillo” pero enfocado a un comportamiento que es juzgado como negativo o dañino. Y este juez interno nos castiga o nos reta por haber cometido esa falta.
Tanto en la culpa como en la vergüenza aparece la auto observación. Uno se vuelve muy consciente de sí mismo, mirándose desde fuera y analizando cualquier falla o error. Esto nos saca del fluir de la situación y no nos permite disfrutar o actuar tranquilamente, ya que la atención está puesta en observar y juzgar.
La diferencia es que, en la vergüenza, la sensación de base es de no ser suficientemente bueno (o rudo, o simpático, o inteligente, cool, o cualquier cualidad valiosa para uno), y la crítica se dirige al sí mismo entero, no a una conducta particular. Además, más que retos o enojo, el juez interno reacciona con desprecio hacia el sí mismo.
Esto hace que la experiencia principal de la vergüenza sea la de esconderse o taparse la cara. Por eso decimos trágame tierra, y por eso los tímidos tienden a ser vergonzosos, porque se esconden para protegerse y no exponerse a las críticas y al rechazo.
Sin embargo, no siempre la vergüenza se manifiesta externamente como timidez, inhibición u otro tipo de ocultamiento. Algunas veces la vergüenza se manifiesta como una exacerbación de cualidades opuestas a las que motivan la vergüenza. Por ejemplo:
- El macho que se avergüenza de sus aspectos sensibles y “femeninos”, entonces los oculta y se presenta al mundo como Don Juan o como Rambo.
- La mujer coqueta que se avergüenza de su apariencia y se muestra al mundo tapada de maquillaje y con una sonrisa pegada a la cara.
- El estudiante perfeccionista que se avergüenza de cualquier error o falta que pudiera cometer, entonces pone toda su energía en que le salga todo bien y en que nadie nunca vea alguna imperfección en él.
Estas personas pueden no parecer clásicamente “vergonzosas”, e incluso pueden mostrarse seguras y confiadas. Sin embargo, internamente se sienten pésimo, porque saben que los cumplidos y amor que reciben son falsos. Su éxito es frágil porque se basa en que nadie vea lo que ellos quieren ocultar. Y eso los carcome por dentro, o los llena de ansiedad que deben controlar exagerando más aún su conducta, con ansiolíticos (pastillas, comida, drogas, etc.), y evitando a toda costa situaciones de riesgo en que alguien puede percibir sus fallas, errores, o algún aspecto de ese lado “malo”, oculto.
Por último, **hay casos en que la vergüenza es ante cualidades aparentemente “positivas”**. Por ejemplo, el profesional de bajo perfil que ha tenido amplios logros, pero no quiere parecer prepotente o narcisista y se avergüenza cuando debe ”venderse" y contar a otros sus virtudes, quitándole importancia a lo que ha conseguido. Su vergüenza lo hace mostrarse falsamente humilde y ocultar su orgullo.
La Función de la Vergüenza
La vergüenza (a diferencia de la culpa) está asociada a muchos problemas psicológicos y psiquiátricos, como la violencia, adicciones, depresión, trastornos de alimentación, etc. Sin embargo, los únicos que nunca sienten vergüenza son los psicópatas y otras personas con trastornos severos y que no han desarrollado la capacidad de empatizar con los demás.
Entonces, ¿la vergüenza es mala o buena? Evidentemente puede ser ambas. Su propósito fundamental es hacernos cumplir las expectativas sociales y lograr ser aceptados por la comunidad. La vergüenza se activa cuando creemos (casi siempre implícitamente) que hemos faltado a una norma social (o estándar personal) y corremos riesgo de ser expulsados del grupo. Sentimos que hay un aspecto nuestro que no es aceptable, y por lo tanto debemos ocultarlo (ya sea ocultándonos nosotros, o mostrándonos de una forma socialmente aceptable). Por lo tanto, cumple una poderosa función de regulación social.
Tal como hemos explicado anteriormente, para nuestra supervivencia como mamíferos estamos programados para buscar la aprobación de la comunidad, ya que sin ésta nos quedamos solos y moriríamos rápidamente. Por lo tanto, como especie necesitamos mecanismos de regulación social internalizados, y la vergüenza es uno de los principales.
Ante esta compleja situación podemos diferenciar entre vergüenza adaptativa y destructiva.
Vergüenza adaptativa y destructiva
La vergüenza adaptativa nos ayuda a corregir conductas y actitudes social o personalmente sancionadas, protege nuestra conexión con los demás y previene el aislamiento social. Nos moviliza y aunque es desagradable de sentir, no produce auto-desprecio.
Por ejemplo, recuerdo una vez en que hice una presentación de los avances de mi tesis en mi doctorado, pero no le di suficiente importancia y mi presentación fue pobre. Luego, mi tutora me dijo que mi trabajo había sido malo frente a otros alumnos, y sentí profunda vergüenza. Mi malestar fue porque fui sancionado socialmente, pero también porque había fallado a mi propio estándar académico. Sin embargo, esta sensación de vergüenza, aunque desagradable, fue adaptativa porque me movilizó a mejorar en mi siguiente presentación, y no generó un ciclo de auto-tortura y parálisis o evitación.
Otro ejemplo simple es cuando vamos a otro país donde tienen costumbres distintas, notamos que nos “miran feo” y corregimos nuestro comportamiento para no ofender a las personas de otra cultura.
En cambio, la vergüenza destructiva nos hace sentir que no somos (ni seremos) suficientemente buenos; se vive como auto-desprecio, generando parálisis y una evitación de las situaciones avergonzantes. Se activa cuando tratamos de cumplir estándares que no son adecuados para nosotros, o buscamos calzar en un grupo que no calza con nosotros.
Por ejemplo, cuando niño me gustaba una compañera de curso, y empecé a hacerme amigo de ella. Todo iba bien hasta que mis compañeros se enteraron y cada vez que me acercaba a ella o le hablaba me molestaban y nos hacían a ambos súper conscientes de nosotros y lo que estaba pasando. En esas situaciones sentí vergüenza destructiva, porque traté de ocultar cualquier señal de interés hacia mi compañera, lo que obviamente impidió que pasara algo más con ella. Me sentí pésimo con las burlas e implícitamente traté de cumplir con la norma de nunca mostrar mi interés por una niña. Es evidente que esta norma no era una que me conviniera cumplir.
Otro ejemplo es el del ñoño de clóset (ver artículo relacionado), que rechaza su identidad ñoña y busca aprobación en el grupo de los “populares”. Como ese grupo claramente no calza con sus estilo, sentirá vergüenza y constantemente estará ocultando partes importantes de su identidad, gustos y conductas para conseguir la tan ansiada aceptación.
Cómo sobreponernos a ella
OK, hemos entendido cómo se vive, su función, y sus variantes “adaptativa” y “destructiva”. Pero, ¿cómo sobreponernos a ella y dejar de vivirla cuando es destructiva?
Brené Brown (investigadora gringa) en sus famosas charlas sobre vulnerabilidad y vergüenza señala que el antídoto para la vergüenza es la empatía (el exponerse y recibir del otro un “a mí también me pasa”). Esto es totalmente cierto, pero no explica totalmente el mecanismo sanador.
La terapeuta chilena María Guiomar Miranda explica que para sanar la vergüenza necesitamos exponer lo que habitualmente ocultamos en un contexto protegido y que calce con nosotros. Esto último significa que parte de nuestra tarea es buscar un grupo de pertenencia donde no nos rechacen por ser como somos. Es similar a la fábula del patito feo, que finalmente descubre que era un cisne (y por lo tanto nunca calzaría con los patos).
Esto suena simple pero es lo contrario a lo que hacemos habitualmente. Como el exponernos nos hace sentir inadecuados y gatilla la vergüenza, ocupamos toda nuestra energía en ocultar nuestro aspecto reprobable, o evitar las situaciones donde éste podría mostrar la cara. Caemos en la trampa de pensar que necesitamos ser súper fuertes y eliminar el riesgo para mostrarnos. En cambio, lo que debemos hacer para sanar es exponernos con nuestras imperfecciones y vulnerabilidades.
Necesitamos tener una experiencia emocional correctiva: experimentar (no sólo saber racionalmente) que nuestra falla es aceptable, que somos valorables incluso con la parte que queremos ocultar. El mostrarnos sin la falla o perfectos nos hace sentir bien a corto plazo, pero mantiene la creencia implícita de que no seremos aceptados si alguien conoce nuestro secreto, lo que nos deja en una posición precaria y puede mantener una sensación de baja autoestima.
Si tenemos la experiencia de ser aceptados por un otro que conoce nuestra parte “mala”, con nuestras vulnerabilidades, bajará el temor al rechazo y se apagará el crítico interno. Esto aumentará nuestra sensación de confianza y nuestra capacidad de disfrutar el momento en vez de estar observándonos críticamente. De esta forma, podremos aceptarnos a nosotros mismos también.
Por ejemplo, un hombre constantemente recibía piropos pero se sentía interiormente muy poco atractivo. Explorando de dónde surgía esta sensación, fue claro que él siempre se presentaba a los demás muy arreglado, con sus mejores ropas, peinado y tirando pinta. Él no se atrevía a mostrarse desarreglado, porque se avergonzaba de ese lado feo, poco atractivo de sí mismo. De esta forma, cuando una niña le decía que era atractivo, él lo agradecía y superficialmente se sentía bien, pero internamente sabía que ella estaba viendo sólo su fachada, y lo valoraba porque no conocía su lado oculto. En este caso lo que le ayudó fue empezar a mostrarse (en contextos de confianza) sin arreglarse, con sus peores ropas, y experimentar en carne propia que su lado B también era aceptable por los demás.
Un punto clave acá es el encontrar un entorno seguro y apropiado para exponernos. Si lo hacemos con alguien que nos criticará, probablemente suframos un nuevo trauma, reforcemos la vergüenza o desarrollemos la actitud opuesta de “no me importa lo que nadie diga de mí, me paso por la raja la opinión de todos los demás” (la que es igual de neurótica, sólo que inversa a la anterior). Entonces, debemos buscar un entorno, un otro, que valide nuestro lado oculto. Por eso el patito feo necesitaba encontrar su grupo de cisnes, tal como todos necesitamos buscar un grupo donde seremos aceptados tal cual, sin ocultar aspectos clave de nuestra personalidad o tener que aparentar una fachada.
Una vez que adquirimos confianza y sabemos que somos aceptables al menos por algunas personas, ya no seremos tan frágiles ante cualquier posibilidad de rechazo. Esto nos dará confianza y valentía para asumir riesgos.
Conclusión y recomendaciones
En este artículo hemos planteado que la vergüenza puede ser muy dañina, pero también es de vital importancia para nuestra vida social.
Hablamos de que el camino para superar la vergüenza destructiva es el exponernos con nuestras imperfecciones, vulnerabilidades y errores. Esto genera una profunda sensación de seguridad, porque aprendemos experiencialmente que no es terrible que vean ese lado nuestro, que igual somos queribles. Pero además, es parte esencial de cualquier esfuerzo de cambio, aprendizaje e innovación.
La vergüenza nos lleva a ocultar y evitar el riesgo. Nos lleva a dar la respuesta segura y conocida, a mostrar la parte linda de nosotros, la que sabemos que caerá bien o que no generará críticas. Pero el aprendizaje y el cambio requieren asumir riesgos, ensayar y probar cosas nuevas que no sabemos si funcionarán. Y esto implica el peligro de cometer errores, fracasar y recibir críticas o reprobación. Por lo tanto, el camino del exponerse requiere mucha valentía, pero es la única forma de validarnos como personas, de crear y de generar un cambio.
Si quieren saber más, recomiendo nuevamente estas charlas (en inglés, con subtítulos en español) sobre vulnerabilidad y vergüenza, así como este artículo que explica la importancia de superar la vergüenza para aprender.